Estando esta tarde visitando el palacio de Louvre, en la sala de escultura francesa del siglo XVIII, decidimos acceder, para ver si nos podía invitar a un refrigerio dada la hora, a los aposentos de Napoleón.
Después de llamar largamente a su puerta (subiendo las humildes escaleras a mano derecha, al lado de la lámpara de araña) nos recibió en bata y zapatillas, y muy cortésmente accedió a nuestras súplicas. Sus habitaciones eran fabulosas: tomamos una copa en el gran salón-teatro y jugamos allí también al mus. Cenamos deliciosamente en el pequeño y modesto salón de banquetes, con la humilde vajilla y juego de té. Conversamos con él lárgamente, mientras nos tomábamos el café, en el salón del trono (él en su trono y nosotros en el suelo enmoquetado, como buenos súbditos) y, por último, hasta accedió a mostrarme sus aposentos privados (la cama era tan chiquitaja... y eso de que haya tantas sillas para espectadores...).
En fin, como ya os he comentado, una mansión modesta y humilde.
Jajajajajajaja!
Besos afrancesados!
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